miércoles, 27 de noviembre de 2019

Crítica: Dolor y gloria

"Plantear la exquisita personalidad de uno de los mayores visionarios del cine mundial, se antoja un ejercicio tan obvio como innecesario, pero lo que sí nos gustaría reivindicar es una mirada a un cine imperecedero, un cine que hace años era moderno y revolucionario, pero que a día de hoy, gracias a sus continuas reinvenciones, y a la magia de un estilo tan personal, consigue desglosar y atrapar el presente más inmediato. "Dolor y gloria", así se llama probablemente su película más aplaudida desde "Volver", y así se cuenta su mayor ejercicio de despojo, porque independientemente de que el genio llamado Almodóvar siempre haya construido su paleta cinematográfica desde sus entrañas, aquí muestra su lado más íntimo, más emocional, más inequívoco, combinando y jugando con las líneas de la realidad y la ficción, en un ejercicio en que pasado y presente se unen en una simbiosis perfecta. El continuo ejercicio de fragmentación temporal (brillantemente ejecutado por Teresa Font, que aquí debuta como montadora del manchego) nos conforma ese collage de una vida, que es a su vez una ficción, que oscila entre el recuerdo creado y el recuerdo vivido, planteando y dibujando las líneas de un postulado tan certero como atronador: el cine vive de la vida, pero también el cine define la vida, explícitamente simbolizado en esa secuencia final, síntesis y gloria de una obra tan compleja. Un puzzle que empieza y termina en él: la emoción y vivencia de un genio inconformista inmerso en las contradicciones de quien ha vivido una historia intensa y diferente, resuelto en la mirada, el gesto contenido y la emoción de un trabajo interpretativo mimado, detallado y soberbio, el de un Antonio Banderas que jamás estuvo tan perfecto como aquí. Y con él, una ristra de actores imponentes, algunos viejos amigos, otros nuevas incorporaciones que juegan a confinar el universo de ayuda y rescate de un ser en sus horas bajas. A ellos debemos un monólogo inquebrantable, el de Asier Etxeandía, dos madres latentes y atronadoras, las de Penélope Cruz y Julieta Serrano, un amor dulce y triste, el de Leonardo Sbaraglia, y una memoria viva y nostálgica, la de Asier Flores y César Vicente, sin olvidarnos, del fiel escudero, la luchadora en la sombra, la siempre magnífica Nora Navas. Ellos prestan su coraje y su sensibilidad, en una fusión perfecta con las labores técnicas soberbias de José Luis Alcaine, Alberto Iglesias, la citada Teresa Font, Antxón Gómez, Paola Torres, entre otros, para abordar probablemente una de las películas más tristes del manchego, un ejercicio testimonial, de absoluta madurez, que resuena con dolor y gloria sobre lo que ha supuesto una vida en lo personal, en paralelo a una obra que ha transformado, y definido las líneas de una sociedad y una cultura que le debe tanto."

Lo mejor: La inmensa composición de un Antonio Banderas inédito hasta la fecha.


Lo peor: El miedo al presentarte como un ejercicio de ocaso. 



NOTA: 9(*****)

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