¿La polémica de “Emilia Pérez”?
La
contracampaña más sucia
Alberto Tovar Garrido
Antes de entrar en disquisiciones, voy a puntualizar la idea de una construcción personal, y referir que cuando señalo a ciertos grupos sociales, no me refiero a una generalidad, sino a ciertos motores de opinión más ruidosos que numerosos, y asociados a una determinada nacionalidad, lo que no implica hablar de un país, o de una sociedad en su conjunto, dada su diversidad y riqueza de opiniones y expresiones. Estas señalizaciones se antojan necesarias en una época en la que la tergiversación y la manipulación informativa están a la orden del día, y en un momento en el que la más absoluta descontextualización acaba sucumbiendo al fracaso de no saber de dónde venimos.
Dicho esto, voy a comenzar contextualizando, estableciendo dos motores que determinan nuestro devenir presente. Por un lado, determinando la existencia de la proliferación de una corrección política asfixiante, de unos discursos oficiales inequívocos y excluyentes. Esto entra en diálogo con el auge de las redes sociales, especialmente Twitter/X, la que en un inicio fuera idea de actitud crítica, para acabar derivando en el mayor ejercicio de frivolización, superficialidad y odio. La comunión de estas dos vertientes que utilizo para contextualizar ha acabado convirtiendo el ejercicio social en una alienación rotunda, en una idea robótica mercantilizada.
Pero, ¿cómo influye todo esto en el proceso “polémico” de “Emilia Pérez”?
Primero, hablemos de la película y su recorrido, pues tenemos que trasladarnos hasta mayo de 2024, para ubicar el nacimiento mediático de la película francesa. Esta compitió en la Sección Oficial del mayor festival de cine de autor del mundo, Cannes, y desde el minuto uno, generó divisiones, por su discurso, por sus formas, y por el riesgo de lanzarse al abismo para construir una película tan extraña como inclasificable. Es bien sabido que las películas de Cannes, algunas veces se mueven, y otras se quedan ahí, lo que se ha hecho llamar como “cine de festivales”. Una mirada al Séptimo Arte hecha por y para los cinéfilos del mundo.
No obstante, a pesar de esa división, la película tuvo un arropo crítico enorme, de miradas ubicadas a lo largo y ancho del globo terráqueo, tanto fue así, que esas sensaciones fueron compartidas por el jurado de la sección oficial, jurado absolutamente diverso en nacionalidades y miradas (casi como si fuera una representación del cine planetario), y le otorgó dos premios claves: Premio del Jurado, y Premio a la Mejor Interpretación Femenina, para todo el reparto femenino (Karla, Zoe, Selena y Adriana). Hay que señalar que Juan Antonio Bayona, el que triunfara ese mismo año gracias a su incursión latina “La sociedad de la nieve”, dijo al entregar el premio: ¡Viva México, y viva “Emilia Pérez”! También hay que señalar el emocional alegato contra la transfobia que hizo Karla Sofía Gascón al recoger el premio. Guarden estos datos, porque más adelante nos van ayudar a componer este dibujo.
El tiempo pasó, y el film llegó a otros festivales. El que aquí escribe la pudo disfrutar en el Festival de San Sebastián, con reticencias iniciales, pero completamente deshechas por la genialidad que vio en la pantalla. La unanimidad positiva en torno al film se hizo eco en muchas voces asistentes al certamen donostiarra. Después vinieron los Premios del Cine Europeo, múltiples nominaciones, y diciembre, ahí arrancó todo. La llegada a Netflix Estados Unidos convirtió a “Emilia Pérez”, una propuesta de autor europea, en un fenómeno de masas, fenómeno que se trasladó a los primeros ecos de odio agresivo en redes sociales.
Y siguieron las nominaciones y los premios (en ese camino pude verla una segunda vez y reafirmé las cualidades del riesgo de la propuesta), y proporcionalmente el odio hacia el film. Todo dentro de una esfera de Twitter/y otras redes sociales, y todo muy localizado en torno al entorno mexicano, que clamaba ofensa en lo que había visto. Cuanto más se ampliaba la nube de odio, más se evidenciaba que gran parte de esos comentarios no tenían una formulación propia y crítica, y se atisbaba de manera muy evidente que no se había visto la propuesta. No era disconformidad (absolutamente lícita), sino violencia envuelta en palabras, que construía discursos vacíos y en serie, y en ocasiones, una enorme transfobia.
El punto álgido llegó en enero, donde todo se desató. Primero, los Globos de Oro, dándole un lugar histórico a “Emilia Pérez” (nunca una película de habla no inglesa había ganado tantos premios), y por otro lado, un premio sorpresa, el de la actriz Fernanda Torres, Globo de Oro a la mejor actriz dramática por la película de Walter Salles, “Aún estoy aquí.” Mientras la campaña de desprestigio de la comunidad mexicana se encontraba en su punto más álgido, sumando una parodia casera ridiculizando a los franceses, y sus tópicos, Trump prometía aranceles, borrar a México de la historia, y seguir aumentando el muro que ya consolidaba la frontera entre los dos países. Y en paralelo, el Globo de Fernanda Torres, disparó el ejercicio hincha de la comunidad brasileña.
Siempre he querido, o quizás hasta envidiado el furor futbolero, deseaba que el cine despertara esas pasiones y orgullo patrio en España, pero lo visto este año ha abierto mis ojos de una manera muy clara. Construir odio, insistencia, agresividad, para determinar un patriotismo completamente vacío y nada consecuente con lo que se está defendiendo, obviando las razones reales del país, no lo quiero ni para el cine, ni para España. Y esos ecos de Brasil han sido absolutamente hinchas de futbol clamando por ganar el Mundial. Pero, ¿qué pinta aquí “Emilia Pérez? Muy fácil, competidora directa de la película brasileña en las categorías de mejor película internacional y mejor actriz protagonista (además entendiendo que no es nada fácil tener dos actrices de habla no inglesa en la categoría). Esta inercia, como era de esperar, se agarró por puro interés y estrategia a la campaña de odio mexicana.
Pero las cosas no salieron como se esperaba, pues “Emilia Pérez” hace historia consiguiendo 13 nominaciones a los Oscar (el máximo de película nominada se encuentra en 14, y alcanza el récord como película de habla no inglesa). Paralelamente y de manera discreta también lo hace la película brasileña, no sólo consiguiendo mejor película internacional, sino también la nominación a su actriz, y una sorprendente nominación a mejor película dentro de las 10 elegidas (y quizás aprovechando las enormes dudas con las que podrían haber ocupado la novena y la décima posición).
Quizás deberíamos habernos abrazado en el ejercicio conjunto de tener tanto cine nominado de este tipo en los Oscar, porque entendiendo lo anquilosado de la industria hollywoodiense, y la dificultad para llegar hasta ahí, era motivo de celebración. Pero no, la nube siguió, mexicanos al poder, y de manera más silenciosa brasileños. Unas palabras al borde del abismo sobre el “equipo de redes” de Fernanda Torres, por parte de Karla Sofía Gascón, pusieron en jaque su nominación (en base a la normativa de la Academia), pero rápidamente se demostró que no había incurrido en incumplimiento. Dicho esto, lo peor vino después. Pues, el acoso y derribo alcanzó los alarmantes y desafortunados tweets de Karla sobre diversas cuestiones, que recorrían múltiples razones sociales sensibles. A riesgo de ideologizar su postura (como algunos erráticamente han hecho) había dardos para todos, o casi todos. Lo que provocó el desplome de la actriz (y su prestigio artístico). Críticas que antes no estaban, reticencias múltiples, saltos a la prensa oficial, acciones desde las redes de la Academia, y un golpe potente para la propia cinta de Jacques Audiard, que además ha alimentado la polémica, con unas declaraciones tan desafortunadas como descontextualizadas, diciendo que “el español era un idioma de países en desarrollo”. Llegados a este punto, la nube ha conseguido sus objetivos: el golpe que esperaban a la película (y por supuesto su protagonista), muchas incógnitas de cara a lo que queda de carrera de premios (incluidos los Oscar), y una campaña de Netflix obviando a su protagonista de manera descarada.
¿Qué ha pasado? ¿A dónde nos lleva esto?
Relacionando y revisando todo el camino que he expuesto acerca de la película, y todo lo que la ha rodeado, cabe construir una serie de ideas y valoraciones. El riesgo, y la construcción crítica brillan por su ausencia, y la llegada de “Emilia Pérez” a las masas ha sido un claro ejemplo. Al margen del riesgo en su formalismo logrado, las interpretaciones potentes de su reparto (no siempre entendidas), cuestiones que no todo el mundo ha abrazado, y es entendible, el problema ha venido en la interpretación de la película. La película adscrita al género musical, pero al mismo tiempo muy genuina dentro de él, no se ha entendido dentro del ejercicio artificioso deliberado que es, interpretándola como crónica social aleccionadora, o conjugando sus ideas más sociales dentro de una literalidad. Clama al cielo, las voces que la acusan de transfobia entendiendo toda la construcción que rodea la película, y queriendo imponer un discurso oficial sobre la cuestión, que provoca hasta temor, por la falta de ideas, y libertad de expresión. Tampoco se ha sabido entender todo el panorama social mexicano de la película, a veces pura excusa para componer el dibujo del personaje principal.
Y aquí, es donde se abre el mayor melón de la polémica, ¿por qué ese odio deliberado hacia la película por parte de los mexicanos? Al margen de la nube de humo, y las opiniones no formadas, propias de la esfera redes, hay que señalar que se han tomado la película, primero, como un ejercicio de ridiculización a lo que son como nación, y segundo, como una afrenta/guerra, en la que han entrado al trapo desde el minuto uno, rascando y odiando hasta última instancia. Pero, ¿por qué? ¿Había en Audiard una idea provocativa hacia el pueblo mexicano a la hora de configurar su película? ¿Por qué casi nadie vio esa ridiculización, desde el jurado de Cannes, hasta los consiguientes críticos, espectadores que la disfrutaron en las salas, hasta la llegada a Netflix (y el visionado por el pueblo mexicano)? ¿Por qué años de estereotipos, de caricaturas, de maltrato en la imagen del pueblo mexicano, por parte de la industria hollywoodiense (de la más comercial a la más autoral) no han tenido jamás una reacción por parte de ellos, como la que hay con “Emilia Pérez”? ¿Por qué las iniciativas del gigante estadounidense, con Trump a la cabeza, pasan tan desapercibidas frente al odio que despierta este film francés?
Pues se lo diré, y siempre encuadrando lo personal de este discurso (tal como he advertido al principio). ¿A alguien le suena “La leyenda negra española” (y por ende europea)? Esa mentira construida, por propios y extraños, desde el siglo XVI, en torno a las atrocidades cometidas por los españoles en las Américas, utilizada, cómo no, por el gigante estadounidense para limpiarse las espaldas de un proceso histórico (especialmente desde 1945) basado en la atrocidad, y el perpetuar de las guerras a lo largo y ancho del planeta (Vietnam, Corea, Irak, Ucrania, Gaza…) y el apoyo a la quiebra social de toda Iberoamérica (dictaduras, corrupción, narcotráfico…). Por supuesto, utilización trasladada al cine, porque todo suma. Las mentiras contadas por Hollywood sobre los españoles se cuentan por cientos. Mentiras también trasladadas al imaginario sobre México, que se encarga de desprestigiar la realidad social de un país, una y otra vez, aunque sin reacción por parte de ellos.
Pero esta vez, sí que ha habido un elemento que ha provocado reacción, es francés y se llama “Emilia Pérez”. Curioso que, amada por medio mundo, y entendida como un ejercicio deliberadamente artificial, en sus formas y contenidos, haya levantado tantas ampollas en este país, tanto como para marcar un hito histórico. Y es que, ¿Qué hay en “Emilia Pérez” para tal revuelo? Comenzamos hablando de la corrupción de jueces, abogados y empresarios, seguimos con la justificación social del narcotráfico, de las manos constantes del gigante estadounidense, de la hipocresía del poder ante las necesidades sociales del país, de los elementos cómplices de la arquitectura social en el drama de los desaparecidos, todo ello entroncado en la idea de la condena a la fatalidad en un dibujo marcado por la violencia, el cazador cazado, y la no redención. Pero al final, sí, un suspiro de esperanza: todo puede cambiar a mejor. Este dibujo crítico social mexicano no es novedoso, pero sí tan constante, y sobre todo europeo. No creo que sea desacertado, o injusto lo que plantea Audiard a este nivel en la película. Para empezar, es la opinión personal de un creador, y segundo, a la vista está, y en base a las reacciones desmesuradas y ridículas vividas, que importa más la imagen del país, que lo que realmente le pasa al país.
Todo esto sin obviar que en esa idea de “La leyenda negra”, hay un ejercicio de revanchismo hacia Europa, que a poco que actives una idea, las uñas salen de los dedos, ignorando cobardemente al enemigo real que está una latitud más arriba. Cero reacciones ante el gigante, y cualquiera hacia Europa: ideas generales vistas y vividas, pero también personales, de gente venida a España y culpándote en actitud desafiante en términos de Hernán Cortés (recuerda al pagar con compañeros las insatisfacciones laborales de la empresa, pero sin enfrentarte al auténtico culpable: el empresario). En fin, mucho que contar….
Dicho esto, la lacra de las redes ha favorecido que la violencia tome su camino, unos por revancha/e incomodidad, otros por transfobia, y otros por estrategia, transformando la realidad en un disparate sin precedentes, y convirtiendo la violencia vertida y común de Karla en un ejercicio de cancelación. O todos, o nada, los intereses se atisban, y esta ha sido la anticampaña más sucia que un servidor ha visto en años. Y lo importante en este discurrir: ¿y el cine? Su capacidad de unir, de enamorar, de apasionar. Añoro las carreras apasionantes de los Oscar, en las que se disfrutaba de verdad del cine, alejando la idea de la violencia por la violencia. La cual genera reacciones violentas, que he sentido, aunque por suerte no transmitido. Por ello, caminemos, y abracémonos. Pongamos los pies en la tierra, y centrémonos en los problemas reales, porque esto se ha ido de madre, pero que muy…. Así que, ¡Viva el cine! ¡Y viva “Emilia Pérez”!