"Es increíble la excelente literatura que se ha creado en torno al anális y valoración de la segunda obra cinematográfica de Carlos Vermut. Una joya que en su infinita complejidad da para establecer muchas vías de examinación. Su arriesgado posicionamiento de darle la vuelta prácticamente a todo, como si asistiéramos a la deconstrucción de un puzzle en el que encajan todas las piezas, se presta a una intensa actividad de reflexión. Meditamos sobre ese tríptico narrativo, sociocultural y finalmente existencial. Este maravilloso genio de rebeldía singular construye un corazón a tres voces a través de una división formal que se convierte en el punto de partida para dar forma no sólo a las intenciones de su realizador, sino también a las complejas conclusiones que cada espectador maneja a partir de su inmersión en este triple círculo concatenado por coincidencias elípticas. Imaginemos por un momento de forma completamente visual la construcción de los anillos olímpicos pero simplificados a un juego de tres. Podríamos decir que esa es la columna vertebral que sustenta el cuerpo y alma de este ser extrañado perturbadamente aislado por su singularidad. Sobre ese hilo se amasa la construcción narrativa, en cuanto a las dimensiones psicológicas y la temporalidad de sus personajes. Todo adquiere una consistencia plena a la hora de abordar de forma conjunta y por separado cada una de las historias, que en un ejercicio de absoluto riesgo se funden con la paradoja existencial planteada (el mundo, el demonio y la carne) como punta de ese iceberg que requiere ser perfilado hasta alcanzar la solidez de sus cimientos. En medio de esos dos extremos, esta joya de orfebrería va tomando forma a través de un conjunto de metáforas. Metáforas lorquianas, unamunianas, saurianas, tarantianianas, almodovarianas, lantiminianas...porque el complejo viaje de Vermut brilla en el campo de la singularidad gracias a un ejercicio de préstamo de muchos referentes que uno advierte de forma constante y en el mejor sentido en cada decisión narrativa o visual de la obra. Resulta difícil determinar y analizar cada ápice de ingenio personal de Vermut en esta película decisiva, absolutamente reveladora dentro del marco cinematográfico contemporáneo. Lo importante es lo que queda: esa sensación de Magical Girl, de Niña de Fuego que representa esa inquieta Bárbara a través de las relaciones con los demás personajes del tríptico. Una mirada que se rebela como un grito de ambigüedad humanista que hibridiza las fronteras entre el bien y el mal. No obstante, aunque el epicentro es una mirada a la psicología y en un salto al vacío, una reflexión sobre los límites morales del ser humano, esta obra nos devuelve lo que somos, nos devuelve la imagen de un país dividido entre la razón y la emoción, nos devuelve el eco del pasado como raíz de nuestro dolor presente, como resultado de nuestra identidad única como país de la absoluta destrucción, pero a la vez del bello desgarro que nos conduce hacia ella. Cada palabra, cada diálogo, cada decisión visual y cada conjugación de elementos nos conduce hasta estos dos campos de análisis, pero sin maniqueas estructuraciones, que en definitiva nos dejan una obra en continua reinvención, en continua lectura, en continuo juego de espejismos. Un libro abierto que se presta a construir con detalle cada una de sus páginas para convertirlas en esa historia nuestra, pero a la vez vuestra, y suya. Una película que habla sin tener que hablar, que mira sin tener que mirar y que brilla sin tener que brillar. Por otro lado, resultaría injusto no acudir al campo puramente cinematográfico por intentar comprender la grandeza de esta obra de arte, pues a parte de ese genio, que ya ha colocado su asiento en la cima de los grandes, la perfecta apuesta técnica, brillantemente liderada por esa paleta grisácea de un excelente pero infravalorado maestro de la fotografía llamado Santiago Racaj, conjuga una atmósfera notable y necesaria para pulir esta epopeya simbólica. Del mismo modo, que hay que sobresaltar un reparto extraordinario, donde junto a esa mirada reveladora de Lucía Pollán se alza un trío de ases de sublime entereza. Un Luis Bermejo brillantemente desencajado, una Bárbara Lennie extraordinariamente compleja, y un Sacristán absolutamente soberbio. Cómo olvidar esas impactantes imágenes de Damián, ese sicario llevado por la pasión, que con elegancia se viste bajo la ferocidad de esa Niña de Fuego o ese innolvidable, "Te he dicho que no me mires". Imágenes que no sólo se quedan, sino que te roban la retina. Un corazón dividido, un lagarto oscuro, una herida que sangra, un cetro mágico, una pistola cómplice. Pequeños detalles que se quedan en eso, en pequeños esfuerzos por intentar desglosar, sintetizar y engrandecer la vida, pues "Magical Girl" es nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Es un deseo arrebatador por intentar comprender a ese ser inhóspito que lo ha creado todo y lo ha destruido todo, ese ser que sigue en continua lucha y que a pesar de ser caprichoso y tonto, es también guapo, muy muy guapo. ABSOLUTA OBRA MAESTRA."
Lo mejor: Absolutamente todos y cada unos de los rincones que explora y/o que deja a la exploración individual la película más extraordinaria del año.
Lo peor: Que no se convierta en una película prácticamente obligada para todos los que creemos y confiamos en el ser humano.
NOTA: 10(*****+)
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