"Nada
es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira." Aludir a
esta cita del gran dramaturgo británico William Shakespeare resulta interesante
para sintetizar el análisis valorativo de una de las dos partes que se antojan
como ejes vertebradores de una propuesta tan arriesgada como interesante. La
nueva incursión cinematográfica de ese ya excesivamente endiosado icono del
Séptimo Arte se presta a ser dividida analíticamente en dos vertientes. Por un
lado, contemplamos un discurso ideológico que planea de forma más ambigua de lo
que inicialmente se presenta, y por otro, asistimos a una película muy
arraigada a los patrones convencionales del género bélico. La palabra shakesperiana
se advierte valorativa en la primera vertiente de análisis. Hablamos de ese
discurso político-ideológico que se apostilla a una dirección muy clara,
provocándonos un ejercicio de antipatía a lo largo del metraje, pero que en su
vertiente final, debido a pequeños matices, tales como esa resolución radical (hablamos
del tratamiento dado, no del desarrollo de la historia real como tal), la no
redención de su protagonista…nos advierten de que el mensaje no está tan claro,
y lo que puede contemplarse como un discurso político de vocación directa,
acaba convirtiéndose en un paradigma sociológico de la posmodernidad. Cómo
entroncar la verdad ante la pluralidad de la sociedad que nos envuelve. Asistir
a la recepción que esta película provocaría en los diversos enclaves planetarios
nos resultaría muy interesante para darnos cuenta de cómo un ejercicio
cinematográfico aparentemente tan marcado, puede despertar diversas
valoraciones morales dependiendo de los condicionamientos culturales o
ideológicos de la persona, el lugar y el momento. En ese aspecto la película
merece ser alabada, porque de un modo no sabemos si intencionado o involuntario
(Conocemos bien el posicionamiento ideológico de Eastwood) consigue construir
un manifiesto sociocultural sobre la
pluralidad moral que dibuja el patrón normativo del paradigma posmoderno. Por
otro lado, acudiendo a los logros cinematográficos de la película, contemplamos
un producto cinematográfico muy conservador y ciertamente insípido. Todo
comienza por un guion bastante desastroso, que dibuja los personajes de una
forma muy maniquea, y que quiebra la armonía del conjunto, definiendo un
panorama bélico interesante frente a un ejercicio de introspección personal muy
insuficiente. El tratamiento de la vida personal de Chris Kyle (sólidamente
interpretado por Bradley Cooper) en relación con su mujer, no sólo nos presenta
un personaje que en el fondo está excesivamente desdibujado, sino también
jugamos al juego de la mujer florero, y de los diálogos risibles y soporíferos
que tanto mal cine acompañan. Partiendo de esa base quebrada, Eastwood pierde
su ingenio pasado en un conjunto de secuencias construidas bajo el calificativo
de la excesiva corrección. La postura visual de la película se presenta tan de
manual, tan académica, que resulta anodina e inerte. Bien le hubiese venido
revisar a Eastwood los dos últimos filmes de Kathryn Bigelow, para construir un
discurso audiovisual rompedor y que se perpetúe en la retina del espectador en
ese campo de fácil acomodamiento que es lo bélico. Su anquilosado
conservadurismo a la hora de compendiar una muestra cinematográfica singular
muy lejos queda de sus grandes obras maestras. Para salvarle de la total
insuficiencia, su equipo técnico ofrece un trabajo admirable, en especial un
logrado montaje y un ejercicio sonoro extraordinario que te desplaza con
virtuosismo a la cruenta realidad del campo de batalla. La efectividad de estos
elementos del discurso se advierte como el pilar sostenedor de una muestra
obvia de la decadencia de un gran realizador. Una película desequilibrada, con
un gran interés sociológico, cultural…pero que cinematográficamente resulta
prescindible. Quizás Eastwood, cansado de su hacer, busca otras vías de
discurso social, alejándose de su verdadera labor en la vida, o simplemente
puede que la incontenible epopeya de nuestros días requiera de cierta reflexión
marchitada por el devenir involutivo de lo próximo. Fuera como fuese la
indiferencia se antoja como el camino más innecesario dentro del paradigma
posmoderno que nos acontece, y construir arte que no es Arte de definida
postura militante se antoja como casi una necesidad presente, aunque
personalmente me aleje a divagar sobre esta decisión no del todo acertada para
una sociedad que baja llorando, pero no sube riendo."
Lo mejor: Su ambigüedad reflexiva y su tapiz sonoro.
Lo peor: Su incapacidad cinematográfica.
NOTA: 4,5(**)
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