LXV FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN:
"Hay ciertas películas que necesitan del reposo del tiempo, y así se confirma en la necesaria postura de transmitiros la evolución de la apreciación personal sobre quizás una de las obras más laureadas del año. Mi encuentro, dentro de los vaivenes festivaleros, no fue satisfactorio y apeló a una sensación agridulce sobre el material visionado. No obstante, las premisas del tiempo y el recuerdo de esta obra, empezaron a componer un puzzle de entramados emocionales y/o artísticos, que vertebró la idea de estar ante un film absolutamente relevante y revelador, quizás una obra magna del cine contemporáneo. La historia nos traslada a un idílico verano de 1983, de despertar sexual y emocional, de encuentro mágico entre dos hombres, en el paraíso norte de Italia. Aunque uno sienta cierta idealización de lo comprendido, no hay que dejar atrás ningún detalle, desde esa clara referencia a la Roma clásica expresa ya en los títulos de crédito, hasta la propia configuración formal y conceptual de los personajes, en relación con su entorno. No hay nada casual en la película para configurar su profundo discurso, desde la presencia escénica, pasando por ciertas expresiones gestuales y verbales, hasta la forma de encontrar el amor de estos dos personajes, que parecen vertebrados a la melancólica postura del que recuerda con orgullo la perfección de épocas pasadas (ese final, en la chimenea, bajo las lágrimas de su joven protagonista, confabula todas las intenciones sublimes de una película absolutamente rotunda). Pero lo mejor, es que en la cinta de Luca Guadagnino, más allá de recrear la belleza de un sentir en épocas pasadas y reinterpretarlo en comunión con la vida presente, finaliza o simplemente continua sus intenciones discursivas en el deseo de reivindicar el amor homosexual entre varones, como el modelo de amor más denostado en una época que se balancea entre los machismos de extremo y un femenismo mal entendido, que directamente olvida y perjudica a la unión de dos conceptos: hombre y homosexual. Es admirable, como a través del complejo universo discursivo de una obra tan bien edificada, como si de un modelo de referencia clásica se tratara, se puede llegar a tantos postulados, sin machacar, sin invadir, tendencia muy conformada en la época del discurso fácil. Todo encaja a la perfección en este cuento magnético, no hay que perder de vista ni un ápice de lo que se quiere decir y expresar, y sobre todo, hay que dejarse llevar por ese estío eterno. Pues, así nos lo propone un Guadagnino ferviente en sus miras y delicado en su tratamiento, componiendo belleza y llevando de la mano tantas virtudes. Entre ellas, la de un reparto mágico. Armie Hammer defiende con semblante firme su propósito, y la calidez de Michael Stuhlbarg nos regala uno de los momentos más mágicos del film, pero lo del joven protagonista Timothée Chalamet es de otro mundo. Su composición es absolutamente brillante, entendiendo a la perfección cada uno de los matices de la historia y componiendo un personaje inolvidable, que le otorga supremacía en su extraordinario trabajo. Su forma de moverse, de mirar, de expresarse y sobre todo de llorar, se quedará muy congelada en la mirada de quien se entregue a una de las delicias del año, un auténtico regalo cinematográfico, que pocas veces tenemos la suerte de disfrutar, en este ambiente de creación confuso. Obra magna, no se la pierdan."
Lo mejor: La brillantez de Timothée Chalamet.
Lo peor: No adentrarse en el corazón de la película.
NOTA: 9(*****)
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